Y es que en esos momentos él no se sentía nada valioso. Se avergonzaba de su pasado, y aquel que se avergüenza de su pasado no puede tener un futuro. Buscaba algo que le hiciera comprender un poco lo que hacia, lo que ya algún tiempo había tenido mas claro que nada en su pequeña y corta vida. Sabía que moriría joven, a veces por predicción, otras por convicción, pero la mayoría por aburrimiento.
Dibujaba, y dibujaba mal. Escribía y escribía pésimo. Al igual que en sus historias, no tenía ningún amigo en el mundo; por lo que decidió escribirse una vida, llena de aventuras, de amigos, como las que veía en las caricaturas.
Un día de septiembre, durante una fuerte tormenta y sin que sus padres se dieran cuenta, trepó al techo de su casa.
Un rayo alcanzó la antena que colgaba de su casa, pero la luz se detuvo frente a él, como si el relámpago tomase forma. El sólo lo miraba, estaba tan aburrido que ni eso lo sorprendería. El relámpago comenzó a emitir una tenue voz, que mas que palabras eran sonidos. “Qué es lo que te pasa, niño?” Preguntó el relámpago. Pero él no contestó.
“Todo puede ser visto de distintas maneras, esto puede ser una tormenta o puede ser un regalo, tu decides” Y fue en ese momento que la tormenta estalló con mas fuerza que la que ya tenía, levantando al niño por los aires, hasta depositarlo en la cima de la montaña en la que descansaban las casas de la colonia a la que el pertenecía.
Un rayo alcanzó la antena que colgaba de su casa, pero la luz se detuvo frente a él, como si el relámpago tomase forma. El sólo lo miraba, estaba tan aburrido que ni eso lo sorprendería. El relámpago comenzó a emitir una tenue voz, que mas que palabras eran sonidos. “Qué es lo que te pasa, niño?” Preguntó el relámpago. Pero él no contestó.
“Todo puede ser visto de distintas maneras, esto puede ser una tormenta o puede ser un regalo, tu decides” Y fue en ese momento que la tormenta estalló con mas fuerza que la que ya tenía, levantando al niño por los aires, hasta depositarlo en la cima de la montaña en la que descansaban las casas de la colonia a la que el pertenecía.
El relámpago, esta vez estacionado como fuego en la rama de un árbol, le dijo, “si tanto estás aburrido de la vida, pues haz algo para entretenerte, si tanto estás harto de la vida, pues simplemente muere, y deja de enfermar al mundo con tu tristeza. Y una vez que dejes de tener miedo, baja la montaña por tu cuenta, que siempre dicen que lo difícil es subir y levantarse, pero lo realmente admirable, es bajar y llegar sin lastimarse. Y si llegas vivo, busca un viejo mapa en el piano del vecino mas viejo de tu cuadra, y síguelo”
El niño permaneció esa noche bajo la tormenta en la cima de la montaña. Apenas y sobrevivió la noche bajo un débil árbol. Pasaron así tres días, ya que su decisión había sido simplemente sentarse a morir. Quería una muerte pacífica, y qué mejor muerte que simplemente dejar de existir poco a poco, sin dolor y sin mirar la tristeza en los rostros de la gente.
De pronto, comenzó a pensar más en los demás que en si mismo. Se asomó hacia abajo, realmente estaba alto y complicado de bajar; una muerte horrible y segura. A lo cual pensó “al mal paso darle prisa, si he de sobrevivir, que así sea pues, que así deba de ser” Y es entonces, que tomando un poco de distancia, corrió y se lanzó con los brazos abiertos, cayendo bruscamente por la montaña, fracturándose y desangrándose. Pero era extraño, ya que mientras caía y caía, podía escuchar claramente y cada vez mas fuerte la suave melodía de un piano. Y entre más se sumergía en ella, más hermosa se volvía, y de pronto olvidó el dolor. Así hasta que terminó de caer y se vio a si mismo en medio de la calle de su vecindario, en donde todos se habían detenido a verlo y se llamaban entre ellos para que salieran a ver al niño, quien, sentado, permanecía sobre una charco de sangre. Todos miraban con horror, pero nadie le ayudaba. Fue así que, de nuevo la música se volvió a escuchar, y entre más la escuchaba, lo que nunca había existido en su rostro comenzó a aparecer; se le dibujo una sonrisa, y levantándose con dificultad, caminó dos pasos, pero volvió a caer, ya que una de sus piernas se le había separado del cuerpo; pero eso no le importó, y como pudo volvió a levantarse, y saltando con la pierna que le quedaba, volvió a avanzar, mientras la gente lo veía y no se explicaba porque aquella sonrisa dibujada en la cara del niño. Todo parecía estar mal para ellos, pero todo parecía estar bien para el.
De nuevo terminó en el suelo, y de nuevo se le había desmembrado la pierna, está vez la que le quedaba. Pero eso no lo detuvo, y arrastrándose, avanzó, pasando entre la gente y dirigiéndose hacia una vieja casona abandonada hace tiempo por la vista de los demás, pero no por su inquilino. Y el niño, desangrándose, se arrastró y se arrastró, mientras la música se volvía cada vez mas y más fuerte, y aquello que sólo el escuchaba, de pronto estalló en el ambiente y todos los reunidos la pudieron escuchar, sorprendidos, ya que no sabían de donde venía la música, que parecía ser la exhalación del mismo aire.
El niño siguió avanzando, arrastrándose con ahora el único brazo que le quedaba, ya que también había perdido el otro en el camino. “Lo importante no es llegar completo, lo importante no es llegar, lo importante no es intentarlo. ¿Qué es entonces lo importante?” Se preguntaba a sí mismo.
Llegó a la entrada de la vieja casa, que con un crujido le abrió la entrada, y ahí, en el primer cuarto, en la oscuridad total, la música nacía, y aquella que era feliz ahora estaba llena de tristeza. Pero el niño avanzó y tras el se cerró la puerta. Y lo que nadie vio, fue que dentro de esa casa y en el fondo de esa oscuridad, la música mutó de nuevo, se volvió rápida, se volvió feliz, se volvió luz. Y la luz iluminó un viejo piano, que un anciano que parecía disecado tocaba sin descanso. El niño avanzó arrastrándose hasta estar junto a el. Y el anciano disecado dejó de tocar, y de sus labios sin voz, al aire le susurró: “dentro del piano, está el mapa, ese que no buscas, ese que no deseas, ese por el que estás aquí. Abrelo, léelo”
Y como pudo, con su único brazo, estirándolo, trató de alcanzar el piano, pero estaba alto, y no podía. La música comenzó a sonar de nuevo, y el se estiraba más y más, y comenzaba a llorar. Estaba tan cerca, y era tan doloroso saber que necesitaba ayuda, que no podía por su propia cuenta. Y fue cuando se dio por vencido, y cuando no tenía nada más que perder, que se lo ocurrió algo; sacrificar su ultimo miembro, y fue así que impulsándose con su débil brazo apoyado sobre el suelo, se elevó un poco, llegando así hasta las teclas. El brazo yacía en el suelo ahora. Y ahora el en las teclas, que sonaban, y sonaban mucho, comenzó a moverse y entró como gusano al interior del piano, mientras que los ojos del viejo disecado se encendían en luz. El niño llegó adentro del piano y vio un papel, el cual abrió con la boca, el cual había por fin encontrado, el que no había buscado y por el cual había perdido todo aquello que ni siquiera le importaba. Y el papel decía un par de importantes palabras…un par de palabras.
Y la música dejó de sonar.
Un cuento que escribí hace años, pero me sigue gustando.
Las ilustraciones son realizadas por Jair Treviño. Nunca las terminó el pelado cabrón guevón.
Saludos a todos.
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