A Lucy nadie le creía cuando decidió contarlo por primera vez, lo cual fue motivo para que precisamente fuera la última vez que lo contase. Tenía ocho años y nunca antes le había sucedido aquello. Ella atribuía a que esa cosa fuese lo que fuese ya estaba ahí cuando ella y sus padres llegaron a vivir a esa casa. Desde la primera noche notó unos pequeños ruidos, pero no les prestó atención, pues pensó que eran ruidos de la noche guardados por ahí. Pero con el paso de los días, cuando ya estaba dormida, se despertaba por lo que parecían ser unos susurros. Todo estaba a oscuras, pero sabía la orientación de su habitación, por lo que tras escuchar con mucha atención, se dio cuenta que los susurros provenían debajo de su cama.
Ella no era la típica niña con miedo a la noche, de hecho era bastante madura al respecto, por lo que sus papás que, jamás habían batallado en ese aspecto con ella, se vieron sorprendidos cuando repetidamente la niña se negaba a dormir en otra parte que no fuese en la cama con ellos.
Hablaron seriamente con ella durante un desayuno antes de ir a la escuela y lograron que confesara lo que la estaba inquietando. “Ay algo viviendo debajo de mi cama”. Sus papás no pudieron evitar esbozar una sonrisa pícara en sus rostros al momento de la confesión de Lucy, ya que en cierto modo les parecía bastante tierno, debido a que ellos al igual que todos los niños del mundo, pasaron por esa etapa de los miedos provenientes debajo de la cama, dentro del armario, del sótano, etc. Le trataron de explicar que era algo natural de su edad y que era producto de su imaginación. Lucy se tranquilizó, ya que había creído en sus padres.
El Señor Cosquillas se convirtió en el único amigo de la niña. Era un gato callejero al que le tomó cariño una mañana cuando yendo hacia la escuela se lo topó cuando éste cayó de un árbol; estaba maltrecho y muy sucio, pero Lucy no se inmutó por ello y se le acercó a acariciarlo. Desde ese día la siguió a la escuela y la esperaba afuera, acostado en la rama de un árbol con vista hacia la ventaba del salón en dónde la niña tomaba sus clases.
Lucy era nueva en el vecindario y no era buena haciendo amistades fácilmente, por lo que el señor cosquillas llenó ese vacío. Ese mismo día en que lo conoció, el gato la siguió hasta su casa y vio a la niña desaparecer tras la puerta de la entrada. Quedó desconcertado, ya que pensó que no la volvería a ver jamás; el tampoco era muy bueno haciendo amigos con los de su especie, por lo cual siempre estaba aporreado. Se puso triste. De pronto la ventaba del segundo piso se abrió y la niña le silbó. El gato trepó por el árbol y entró a la habitación de la niña. Ella le rascó la panza y vio como cerraba los ojos mientras ronroneaba y emitía un ruido parecido a alguien riendo muy bajito. Así es como obtuvo su nombre: el señor cosquillas.
Tener mascotas le estaba prohibido, por lo que mantuvo al gato en secreto. El gato parecía entender el trato: se mantenía callado y podía seguir obteniendo techo y comida. Ella tenía su amigo por fin. Así fue como extrañamente para sus papás, el miedo de la niña había desaparecido de la nada. Lo que ellos no sabían es que no es que hubiese desaparecido, sino que ella se sentía mas segura al dormir con el señor cosquillas.
Pasaron unas semanas sin que volviese a asustarse, hasta aquella noche en que despertó alarmada por un breve gruñido cargado de odio. Despertó y vio al señor cosquillas totalmente erizado y lanzando sus garras contra la oscuridad. Los ojos del gato resplandecían y Lucy pudo ver terror en ellos. Un ruido se escuchó y el gato salió disparado por la ventana. La niña encendió rápidamente la luz en la mesita al lado de su cama y vio como la pequeña vasija en donde ella ponía agua al gato estaba tirada y rodando, como si no hiciera mas de un segundo alguien la hubiese estado analizando y sorprendido en el acto la dejara caer y huyese de nuevo a la oscuridad; el agua estaba regada por el suelo y unas cuantas gotas se extendían con dirección al armario.
Sus papás despertaron alarmados por el ruido de la vasija al caer y por el horrible maullido del gato al salir de la casa. Entraron alarmados al cuarto y vieron despierta a la niña, con los ojos desorbitados, tratando aún de asimilar si lo que estaba sucediendo era en la vida real o aún estaba en el país de los sueños. Descubrieron al gato y le prohibieron que lo dejase entrar de nuevo. Les explicó lo sucedido y les dijo que había alguien en la oscuridad, alguien que había tomado la vasija y que había desaparecido justo al encender la luz, alguien que había asustado de muerte al gato. Ellos le dijeron que había sido el mismo gato el que había tirado la vasija y ella no insistió en explicarles, ya que estaba segura de que el gato estaba sobre la cama al momento en que sucedió todo, y además, ellos no le creerían. Era como si con sus ojos nocturnos el gato pudiese ver lo que había en esa oscuridad y fuese lo que fuese había logrado espantarlo por demás.
Pasaron un par de noches y el gato no regresó. Sabía que fue sido expulsado del que fue su único hogar, ya que había nacido en la calle y así ahí vivido siempre. Pero el gato no hacía mas que extrañar a Lucy, ya que con ella conoció por primera vez lo que es el afecto. Ella lo cuidaba y el a ella.
Lucy lo extrañó desde el primer día. Realmente deseaba su compañía durante la noche. Tenía miedo de que se la comiera eso que vivía debajo de su cama y que solo salía durante la oscuridad. Tuvo que aprender a dormir con la luz de la lamparita que estaba sobre el buró al lado de su cama.
Una madrugada despertó y fue presa del pánico al darse cuenta de que todo el cuarto estaba a oscuras. Sintió una tenue respiración al lado de su cama, proveniente de una sombra que permanecía tranquila, de pie, mirándola. A oscuras su mano buscó el cordón de la lámpara y la luz se hizo. No había nada ahí, pero estaba segura de haber dejado la luz encendida al dormir. Su respiración era apresurada y estaba tratando de calmarse y justo cuando estaba a punto de volver a poner la cabeza sobre la almohada y tratar de dormir de nuevo, convenciéndose a si misma de que no había nada en esa habitación, fue que finalmente lo vio.
En la tenue capa de polvo del suelo había unas marcas extrañas que no estaban ahí antes, se sucedían unas a otras separadas unos cuantos centímetros hacia los lados y seguían un camino de recto. Ella no lograba adivinar que era, pero al observarlas con cuidado supo que era huellas y el terror la invadió de nuevo. Eran unas huellas de “algo”, ya que no tenían la forma que dejan las pisadas de las personas, por lo que supo que no era humano lo que estaba en esa habitación.
Con la respiración descarrilada y a punto de gritar, siguió las huellas con la mirada, segura de que fuese lo que fuese, estaba a punto de comérsela. Uno, dos, tres…cuatro, cinco, seis. Contaba los pasos mientras seguía el curso de estos con la mirada y ahí terminaban, en el armario, el cual estaba abierto de par en par. No se dio cuenta de la presencia del extraño pie que asomaba apenas unos cuantos centímetros fuera hasta que sorpresivamente éste se movió y volvió a perderse en la oscuridad del armario. Era todo, ella soltó un grito aterrador y se desmayó.
Sus papás despertaron y corrieron a su habitación. Había perdido el conocimiento y lo recobró cuando ellos la reanimaron y le dieron un vaso de agua. Les contó del horrible y extraño pie color gris que había visto y de las huellas en el lugar. Su papá, harto de la situación, fue hacia el armario, el cual estaba cerrado y antes de abrirlo el notó que en efecto había huellas por el lugar, pero no eran de algo desconocido, tal vez de algo considerado horrible para el, pero no desconocido; en el lugar había huellas de gato y estaban esparcidas por todo el cuarto. Fue entonces que se percataron de que muchas cosas estaban desordenadas y tiradas, algunas destrozadas, incluso el foco de la lamparita al lado de la cama estaba roto. Le dijeron que eso era lo que pasaba cuando dejaba entrar un animal salvaje a casa, que lo que había visto no era un extraño pie de un monstruo que vivía en la oscuridad bajo su cama y que las huellas no eran otras mas que las del mismo gato, que dejara de inventar ese tipo de tonterías propias de niñas de mucho menor edad y menos inteligencia, que si lo que quería era mas atención por parte de ellos, solo la tenía que pedirla, que ellos la amaban por sobre todas las cosas y que si había algo que la estuviese preocupando, pero algo de verdad, se los podía confesar, que ya estaba bueno de esa tontería del monstruo y que no, que no era verdad que un monstruo que vivía debajo de la cama le había apagado la luz para poder salir y comérsela y que justo antes de que lo hiciese ella había prendido la luz y como no la soportaba había huido al armario, que dejase de llorar, que mirara con atención como abría el armario y no habría nada ahí mas que ropa y zapatos. Su papá abrió de par en par las puertas y su cara se dibujo con un horror impresionante.
No supieron como había sucedido, y si el señor cosquillas pudiese contarlo, probablemente habría dicho algo como esto: realmente nunca me fui, si, lo acepto, me asusté aquella vez de la vasija, pero Lucy, si hubieses visto aquello que la sostenía comprenderías porque huí. Desde ese primer día te extrañé mucho. Nunca nadie me había acariciado antes, mucho menos dado de comer. Por la noche del siguiente día volví, pero la ventana estaba cerrada, pues tus papás habían tomado precauciones por si yo volvía, así que cerrar la ventana fue una buena opción. Comencé a dormir en el árbol de afuera de tu casa, vigilándote, cuidando de que esa cosa no volviese a tratar de comerte, porque eso es lo que quería, pude verlo en sus ojos aquella noche que sostenía la vasija con sus manos; te observaba y algo parecido a una lengua asomó por lo que debía ser su rostro. Pero sinceramente, no sabía como podría ayudarte en caso de que lo necesitaras, ya que estaba la ventana cerrada y no había nada que pudiese hacer contra ello. Esa noche me encontraba realmente dormido, y algo, a lo que ustedes llaman instinto, me hizo despertar, y alarmado miré hacia tu ventana y vi la luz encendida. Ahí estabas tu, con la respiración jadeante y la mirada envuelta en terror. Entonces soltaste un grito y te desvaneciste. Estabas a su merced y el lo sabía, así que salió del armario y pude verlo con claridad. ¡Oh, Lucy, si tan solo tuviese las palabras para describirlo! Era algo horripilante, salido de las peores pesadillas. Se dirigía hacia tu cama con los brazos estirados y saboreándose con la lengua. No podía permitir que te comiera. Rápidamente fui hasta donde nace la rama en que estaba acostado y corrí con toda la fuerza que podía. Atravesé la ventana y caí mal herido. El me miró con furia, ya que había frustrado su planes. Me lancé y comencé a forcejear con el, pero era demasiado grande para mi, probablemente era del tamaño de un hombre. Logré herirlo; le destrocé los ojos y pensé que había ganado, que te había salvado. Pero entonces rompió la luz de tu lámpara y fue como si a pesar de no tener ojos eso no importara en la oscuridad. Podía verme con claridad y fue así que en un salto que dí para herirlo, logró tomarme en el aire y me partió en dos. Me llevó dentro del armario justo antes de que tus papás abriesen la puerta de tu cuarto, y ahí, dentro del armario fue que terminó por devorarme. Lo siento, Lucy, ojala hubiese podido protegerte mejor, espero que no te haga daño.
Lucy fue a parar al psicólogo. La catalogaron con graves patologías, ya que era común en algunos niños el maltrato hacia los animales, pero eso de destazarlos y esconderlos en el armario y acusar a un monstruo, no era del todo común. Se limitó a aceptar lo que le decían que tenía que aceptar, ya que estaba convencida de que ningún adulto le creería. Si, fue ella la que rompió las cosas en su habitación y claro que había destrozado con sus propias manos el cuerpo del animal. Era obvio que ella y no un monstruo, tenía las fuerzas para hacer eso sin derramar una solo gota de sangre fuera del armario y sin dejar rastros, y que lo que faltaba del cuerpo del gato probablemente lo hubiese desaparecido por algún lugar, eso era más que considerable, y por supuesto que ella se las había arreglado para romper la ventana desde afuera para que los vidrios cayeran hacia adentro de la habitación, eso estaba por demás claro que lo había logrado con una piedra envuelta en una sabana, aventándola por fuera de su casa, porque era mas que obvio que le dio tiempo de salir de la casa, atrapar al gato, lanzar la piedra, subir de nuevo, destazar al gato, desaparecer algunas de sus partes (probablemente por el inodoro), destrozar la habitación y autoinducirse un desmayo precedido por un grito. Listo, fue dada de alta y no volvió al psicólogo.
Ojala fuera otro el final, pero todo ha de terminar, como Lucy terminó, sola y en la oscuridad. Una noche tranquila, calma y callada, fue que alrededor de ocho brazos muy largos y delgados, pálidos, casi transparentes, de manos grandes y dedos esqueléticos, asomaron por la cama, llegaron al cuerpo de la niña, la jalaron y desaparecieron debajo de su cama. Sus papás jamás supieron de ella. Se dijo que escapó de casa. Ojala hubiese sido así y no destazada por los señores que viven debajo de su cama y la de todos nosotros.
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